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Guía para contrariar Huracanes




El nombre de la tormenta


Un hombre de corbata negra es,

aunque se llame María,

el huracán,

una mangosta

que nos pasa la rabia,

que se come los pollitos pintos,

es


ese hijo pródigo que

descansa sus dos brazos

sobre alfombras árabes

que se desplazan sobre el vacío

y prueba el cincel

con que mortifica

nuestros cuerpos.


Y la costilla de San Sebastián

no lo desvela

con todas las mujeres y

las no mujeres y

los no hombres

que le lavan los pies

con vino ajeno.


Esa corbata escupe

como su alma versicular

sobre la tabla,

bajo el machete

carmesí

y tras la puerta.

Foxtrot


Son cuatro pasos

que te salvarán del naufragio,

te llevarán a tierra firme entre las olas

o levantarán las paredes del

horror en el deceso.


Cuatro instrucciones llenas de zapatillas

y zapatos,

zapatacones para salvarnos de

la inundación de tu ciclo menstrual

sin aguacero.


Síguelos al pie de la letra

por el hambre torcida y

el alalimón de las culebras.


Respira y no expires,

te faltan tres pasos más para la ida

y la venida de este carimbo maltrecho

que nos marca.


Solo dos pasitos para calentar el agua hedionda,

para regresar de la fila,

para desenmarañar el silencio de la reina mora y

de tu madre que envejece y

de los hermanos perdidos

sin saber quién los reclama en los cementerios.


Solo uno, solo medio,

solo un cuarto habitado por el hongo

de los suicidios

y la mariposa que me visitó

en el camino.


Confesiones fortuitas


Tuvimos que dejar los cocodrilos y

las imágenes de amigos encarnadas.

Rastreamos las huestes venenosas,

alguna evidencia solidaria o

una mentira desclasada,

alguna piedad por la sonrisa.


Pero nos despojaron del desorden,

del amor,

de alguna estela que accidentalmente cayera en una emoción proscrita.


Era un mundo sin esquinas,

escolásticamente construido sobre el espesor del desengaño

y la tortura.


Nos quedamos solos en la médula

sin una rutina de sueños.

Usamos la calefacción y

el acuerdo.


Y hoy no sé cuánto,

cuánto falta,

cuán puro necesito el entramado,

cuánto virtud incierta nos requiere

la confección de una palabra sin cárcel

en la sordera antigua del Caribe.



Con la hoz y la carne


Si fuera que la lluvia dejase pasar

las horas malditas como el ruido del

viento en la hojarasca, como

el beso de buenos días

donde hay caracoles

que hacen sonar el saco maloliente

de su comida, su poder y su dinero.


Si fuera que puedo decirte

que esas mentiras ya están usadas

y las ponen todos los días en

el periódico, en las reuniones, en

mis historias y se me cansan los oídos.

Nada es como

lo piensas.


Si no fuera por los días después

de María y las horas sin luz,

tendría arena sobre la piel

y agua en los pulmones para

nunca recuperar el después de la tormenta, el

antes de la vendimia.



Sueños deliciosos en las dunas


Yo tuve un sueño sobre el árbol

y las niñas

que no podía cumplir.

Me enamoré de una promesa,

de un bolero rumboso

en la tempestad.

Trasnoché las selvas,

cuatro mangoes caídos.

Por eso esperé las golondrinas.

Todo lo que ocurrió fue la sordera,

ya pasó.

He perdido dos dedos en labores de costura,

me faltan cuatro ojos por espejos.

No he podido contar las maldiciones

de las brujas del otoño

en este cristalizado invierno.

Los sueños más macabros son un dedo

del temor

como si no tuviera manos la venganza

para hacernos magnetita

y lincharnos pesadillas y descuentos.


Máquina de la muerte


Ramón dormía sobre el piso,

colchón del ratón y desventura,

abandonado por el agua

y los peces dorados

bajo la luna opaca

de los generadores.


Yamileth respiraba hondo su infortunio

y el hombre susurraba maleficios,

canciones de malestar y asma.


El viejo del saco se acerca,

recoge vidas desgastadas,

desesperanzas honestas,

pudores de hambre y

una sed que se trepa en nuestra cama.



Esa gran oscuridad


La cuidad del apocalipsis es

un encuentro con Dios en la cocina,

donde le enseño el secreto de la pimienta y el azúcar.


Es también el lugar del hielo en bolsas plásticas

para los corazones con fijación oral y amargura.

Allí se envía el jabón con cuerdas largas,

se distribuye la pena sobre el puente caído,

se maltratan las manos con el jabón de lavar en

el río venenoso de las ratas.


Recinto de la privatización del sueño,

del caimán maldito de las grandes familias.

Es la sombra de la noche vil,

del testaferro

donde parecen evocaciones de

los muertos más muertos de la historia.


Nadie desestima la mentira del altoparlante,

nadie sabe nada sobre esta penuria.


Surgimos como huellas y espectros nulos.

Ellos saborearán nuestra sangre mientras reboza

su alta copa de champaña y

nos olvidamos de levantar la mano,

de afilar el machete,

de vociferar insultos.


Nos encontramos cansados y lívidos

y entregamos los secretos de amor en

la cocina

y el resplandor nos deja,

nos abandona.



Cielito lindo de gasolina


Canta y no llores,

canta y no llores,

pero bendice al querube.

Llora y no cantes

que los coquíes saltan a buscar lagartijos y

escupen el pezón

a quemarropa.


Los días que no han llegado

son una espina

porque cantando se alegran,

cielito lindo,

los cuerpos cansados.


El agua que bebes es un veneno,

el viento que llega es una oruga roja.

Tantas canciones que nos hacen dormir,

pero tú tenías que soltarme esa

para que me mordiera la ropa

rabiosa como tu calle,

como la sabiduría de la ausencia y

tus colores.

Alza la voz y susúrramela.

Ya para mí la cualquier cosa de la letra

me pone a dormir desesperada.



Setenta días (30 de noviembre)


Este es el camino más dolido de la cóclea.

Ni el café me dice cosas como antes.

Hay que lavar la ropa a mano por la sabandija.

Esta es la oración más arrastrada de la marea.

El sol me deja llana.

Mi ombligo está negro por sus poderes.

Lo que digo es la pasión de la vergüenza.

Las niñas orinan de pie y somos libres.

Quiero abrir un coco de agua hedionda.

Busca el recogedor para los pedazos.

Estoy desparramada por todas partes.



Estreno boricua para emergencias de FEMA


La memoria le falló al camión del agua.

Borró cinta el nomeolvides.


Las señoras con tacones no se acordaron

y mi bilis sube amarilla al pecho roto.

Es el libreto de los pitirres que batallan con

los pájaros negros y las golondrinas

mientras caemos a un precipicio

y no lo sabes.


La canción olvidada del buen padre

nos engulle en cuerpo cada sábado por

la tanda vespertina.


Y al final discurrimos el camino

de las lamentaciones,

hervimos agua del pozo alterno,

perversos medimos el cuello atolondrado

de la gallina,

un conmovedor final,

un vacío en

esta casa invisible para siempre.



Cristo redentor de las labores


Mi abuelo lo hizo bien

y murió junto al guineo;

también lo hizo mi padre

de marinero, de pedazos de metal y

gritos de sombras.


Mi madre trabajó hasta el cansancio,

Silvia trabajó sin descanso,

Wilma laboró pañales sucios

y Sandra amaneció para adorarte.


Las niñas estudiaron mucho,

dejaron su ropa guardada

y tuvieron que beber la copa alta

de sus ojos

junto al hombre voraz.


Pienso que ahora falta la cuchilla,

que el picaflor no deja huellas en sus rostros,

que la muerte es todo y ellos pagan

la maldición, la mentira y los horarios.

Esta muerte es un despojo


Duermo con los grilletes y el carimbo,

con mi maldición más esperada, esa

vendimia de caracoles negros de humedales.

Es eso todo los que nos habita, eso

madruga mi canción hiriente y alborozada

como la alegría fingida de las cucarachas.



Tantos años


Todo es tan triste como

la vela dormida sobre

el viejo candelabro,

como los periquitos de

la penumbra abierta sin

amaneceres.

Son y dejan de ser todas

las veredas inalcanzables, todos

los pozos drenados por proyectos de envidia.


He de tirar la sonrisa cuando

entro y la puerta me mira oscura como

la historia de te lo dije, porque no

hay cantinas donde ahogar estas dulzuras.


He de remendar los sueños con la pega que

se derrama en la gaveta. Tantas

son las veces de los remiendos.


Ese inevitable giro de esta historia que

olvidamos y revivimos con

mascaras de gas licuado, como

se levanta la llama de la catarsis.


No te puedo explicar lo que le hace

la certeza a un corazón dorado de

paloma sabanera porque eso es un secreto

maldito de dioses antiguos y sin bondad.


Y recuerdo este futuro de galletas de soda con

una taza de café que nunca tomas porque no es turco.

Pero ya no importa.

La vela quemó a los periquitos y a las palomas,

al corazón dorado y a los proyectos de envidia,

destruyó por completo las cantinas

dentro de la circunstancia más moribunda

de esta rutina.



Todo está en orden


Evelyn o Zoraida

o Mirna o Belén,

¿dónde están,

qué se llevó el viento,

la luz,

quiénes saben,

cuántos hablaron

a las seis,

a las seis y diez de alguna tarde

en alguna calle

o barrio

sin portones de acceso

o guardia privada?

¿Cómo se pueden hablar este día sin

que recuerden

los $5.15 la hora

todos estos años

para pagar el carro?

Cinco quince o seis y diez,

sólo importa

la chaqueta negra dura,

la potencia de un dios alguno

sobre las vidas

y el yo soy la ley

en la boca.

Evelyn se pregunta de dónde

y Mirna abre un pote de pastillas.

Mientras el jefe estirado

se sube el sueldo,

se pregunta Belén

si quiere salir a la calle

si quiere comer,

si quiere…

Y todos aplauden

el préstamo,

las promesas de

que todo estará mejor

si todos vivimos menos.

Zoraida sale al K-mart

y piensa en su hijo ido,

hecho polvo,

rezado y requetesalvado

del infierno,

de esta nueva era

de crimen y castigo,

de este país y abre la sombrilla

porque llueve

y llueve así todos los días

y piensa en el carro

de luces azules que se acerca

y se sienta callada

porque está sola;

pero adentro

busca un arma gigante y asesina.

Tras las rejas


Esta casa

y sus cosas que

no se parecen a mí.

Hablan de pescadores y caminos

como el verdor del baño a la cocina

y el calor

de la máquina agotada,

mientras el vecino azota

a la mujer con el eco

y paseo la mano en la baranda para

saber la fibra

de esta amplia escapada imaginaria.

La perra salta

su aro ardiente que

arrojan sobre el portón los aleluyas.


Este vecindario de horas y zafacones

donde cada cual es cada uno

y sólo soñamos con parques

y fuentes de agua viva laicas.

Una tarde de sábado es

tarde, demasiado tarde

y bebo en pausa con mi hijo.



Una conversación más


Uno se aburre tanto

que termina hablando contigo

por la reja, como lo hicieron mis padres,

por el borde, donde me empujaste por otra.


Tantos recuerdos, tantos…

Tu mano me pellizcó una noche

y surgieron moretones en la cantina.

¡Qué lindo nos engaña la añoranza!


Y sigo pensando que tus mentiras eran buenas, pues,

cualquier cosa que venía de ti era buena

y me gusta cómo suena cuando le hablo al abanico

y el temblor del aire disimula

mis carencias.




En esta casa caída II


Mi casa es una

antigua casa

donde vivo a golpes

y como sin prisa.

Los goznes suenan

y resbala el piso.

Las ventanas dejan

que el vecino vea.

Nadie sabe nada

porque estoy callada

y los gatos llenan

esta falda larga.

Madrugo y me acuesto

con los pajaritos

y armo este sueño

de una casa vieja,

rota y nula con

mi rostro ajado

hasta la ternura.



En boca cerrada I


El diseño de la soledad

lleva guantes,

duele de vez en cuando

cuando se saca al sol

por la mañana.


Se encocora tranquilo mientras

te vuelve invisible.

Saca cuentas

y cobra deudas.

Hilvana materiales deleznables

y rígidos

sobre la boca abierta de esta araña.

En boca cerrada II


Yo poseo este espacio

y tú no.

Estas lágrimas las construí sola,

en el altar.

No puedes analizar su contenido

y los pedazos caídos de las puertas,

terneros abandonados por la noche,

las suelas de mis zapatos los reclaman.


La mancha en la piel es de mis dedos.

Se la prestó un sol inconsciente

una tarde de junio.

Son su albacea.

No corren despavoridos

a olvidarla,

la reclaman en las tardes como avellanas

sueltas en una bolsa de papel reciclable.


Esta jodida arruga no tiene dueño,

pero igual no importa

porque es mía.

Un día se me apareció bajo la ropa.

Vi que era hermana de un río

que sobrevolaban guaraguaos sorprendidos.


Nadie te pertenece.

Eres la boca glotona que queda abierta,

toda llena de moscas.



Rompe la escalera de mármol


No hay cómo reponer las losas,

las esquinas con su rosto amañado.

Estaremos aquí a luz plena, frente

a la ventana ilegal

del trapero.



Porque no te importa la tormenta


y ahora,

ahora la playa y el caracol vacío,

dientes compungidos,

dejándose matar toda la noche,

ahora me cuentan historias de carencia

y se nos acaba el mundo


este instante de la inmensidad del

vacío de estas estrellas que

solo significan

bajo el azul y el gris del viento que se acerca


en esta contingencia, este defecto, esta presencia

del alba más oscura de lo presentido

porque un día decidiste estos eventos y deseventualidades

como comerte un límber en la plaza,

como echarte al sillón de la nada

cuando hace calor.

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